Cuando se desconoce o irrespetan los pronunciamientos de la Rama Judicial, se incurre en otra forma de impunidad
Quienes somos esencialmente pacifistas y demócratas por honda convicción moral, rechazamos la violencia de los terroristas guerrilleros o paramilitares, y condenamos sus crímenes. También rechazamos la violencia oficial, sin desconocer la difícil labor de las Fuerzas Armadas contra estos criminales.
Entonces, nada debe impedir que se formulen críticas a las numerosas violaciones que el Gobierno ha infligido a la Constitución a las leyes. Desconciertan, verbi gratia, que precisamente incitados por el pago de recompensas establecidas en el acto administrativo 29 de 2005, dictado por el Gobierno Nacional, y puestas en ejecución por los Ministros de entonces: Camilo Ospina y Juan Manuel Santos sucesivamente, miembros del Ejercito, cometieron miles de crímenes de lesa humanidad, en jóvenes inocentes de los que integran el infierno de la miseria en nuestra Patria. Todo, bajo el escudo de la “seguridad democrática”, denominándolos estúpidamente con el epíteto de “falsos positivos”. Una prolongada violación de los Derechos Humanos.
Superfluo parecería agregar, que entre tanto, el Gobierno se olvida de los millones de víctimas, contando a los desplazados, al negarles el derecho a la reparación, una forma de complicidad con los verdugos.
De un plumazo borró la dignidad humana y el supremo valor que la Constitución le otorga.
El desmantelamiento del Estado de Derecho, comenzó casi de un modo insensible hace ocho años. Hoy se reafirma y es piedra de escándalo en la ONU. Es pertinente expresar, que no hay una letra en la Carta Fundamental, autorizando al Presidente a instaurar irrespetuosamente vituperios contra la Justicia, por sus decisiones plasmadas en nombre de la República y por autoridad de la Ley, en los hechos punibles, de los altos bribones, en valerosa batalla de la Corte Suprema, los Jueces y la Fiscalía, contra toda clase de ampones.
La Justicia, que para Platón es la razón de ser del Estado su piedra angular, alrededor de la cual giran, con carácter accesorio, la Fuerza Pública, la Rama Legislativa, la Fiscalía, la Procuraduría y el propio Poder Ejecutivo, que la requiere para hacer posibles la convivencia y la paz. Cuando se desconoce o irrespetan los pronunciamientos de la Rama Judicial, se incurre en otra forma de impunidad.
Ahora bien. Nadie puede negar de buena fe, que los paramilitares están en la mitad de los municipios del país, ejerciendo control político por medios ilegales. Y desde la creación infausta de los “distritos electorales” por “Jorge 40” en el 2002, han ejercido su papel activo en todas las elecciones. Así se desprende de la investigación llevada a cabo por la prestigiosa politóloga Claudia López, con impecable lucidez. Y a ese atroz imperio, se agrega la actitud permisiva del Gobierno, que confundió la tarea de apaciguamiento al través de la “Ley de Justicia y Paz”, con la entrega del orden jurídico y moral. Todos los políticos procesados, forman parte del uribismo.
Contamos con otras abominaciones, como los crímenes del DAS; las triquiñuelas rastreras del exministro Andrés Felipe Arias, en Agro Ingreso Seguro y Carimagua; el enriquecimiento indebido de unos pocos, que compromete el orden social con sus contratos leoninos; el creciente pauperismo de la clase media y baja, sin políticas eficientes que combatan la más alta tasa de desempleo e informalidad de América Latina. Y basta con abrir los periódicos, para saber del luto todos los días, por las brutales agresiones contra la dignidad de millones de hombres, mujeres y niños desplazados, sin mejoramiento de su calidad de vida, atención en salud, vivienda y educación. Una tragedia humanitaria de grandes proporciones.
Y bien. Logró Uribe, sembrar el sentimiento generalizado del miedo con el fin de atar al pueblo para que vea en una sola dirección, y solamente lo programado tal como los hombres del mito platónico. Es la supresión del yo, de gran parte de compatriotas, la automatización en la sociedad. “La pérdida del yo – nos dice Erich Fromm – y su sustitución por un seudoyó arroja al individuo a un intenso estado de inseguridad”.
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